Arrastrar un dilema por años no es nada fácil. Al principio surge como una duda, como una piedra en el zapato, la cual descartas de inmediato, le restas importancia y la ignoras, convenciéndote de que no puedes estar pensando semejante cosa. Pero luego le empiezas a tomas cariño, sientes que tu dilema es tu compañero incondicional. Ahí está para tí cuando caminas a medianoche, fielmente te acompaña a donde quiera que vayas, e incluso te susurra en el oído, acunándote cuando no puedes dormir.
Así, es capaz de pasar de guijarro a mascota, pues lo cuidas y lo alimentas todos los días, hasta que empiezas a preguntarte cómo podías vivir sin esa tierna contradicción vital que se acurruca a tus pies. Se forja inexorablemente un lazo y antes de que te des cuenta, estarás encadenado a la disyuntiva.
Ya en este punto, se asemeja casi perfectamente a un amante, ahora no concibes una existencia afuera de la cuerda floja, pues has aprendido a llevar tu dilema con el equilibrio perfecto, a tal extremo que empiezas a definir tu propia individualidad a partir del Dilema al que acompañas.
Lejanos son ya esos días en que te coqueteaba tímidamente, dejándose entrever sólo durante un efímero instante entre otros miles de pensamientos. Lejanos son ya esos días en que podías alejarlo con sólo conversar con alguien del mundo real. Lejanas son también esas oportunidades cuando creías que esto no podía pasarte a tí. Y sobre todo, lejanos son esos momentos en que creías que tenías todo el futuro el resuelto.
Finalmente has conseguido asimilar a tu dilema, incorporarlo plenamente a tu organismo, cuando de la noche a la mañana tienes que deshacerte de él, justo cuando ya te habías encariñado. Entonces no te queda otra opción que preguntarte "¿Cómo pretende que yo, que lo crié de potrillo, clave en su cuello un cuchillo, porque el patrón lo ordenó?". En efecto, tomar la decisión después de tanto tiempo se transforma en un acto sádico e inhumano, no sólo te piden que asesines a tu compañero de andanzas, sino que debes hacerlo en la inmediatez, y cortando su cuerpo a la mitad. Ni siquiera puedes dejar que muera de a poco.
Y ahí es cuando te entra la nostalgia, piensas en tu pobre Dilema, que nunca conocerá la Luna, que nunca sabrá lo que es realmente el Sol y tú empiezas a preguntarte por qué no lo saqué a pasear más seguido, a que mirara el horizonte lejano, al menos.
O a que contemplara las estrellas...

Me identifico bastante con esta entrada, yo también tengo mi amante y ya se viene la hora de deshacerse de él :( ¿Tendremos el mismo problema? No sé por qué, pero me tinca que sí...
ResponderEliminarSaludos Nico :)
Javy